CUENTOS POPULARES

Los cuentos populares o de tradición oral, corren un serio peligro de desaparecer. Multiples factores les amenazan de muerte, tales como las nuevas tecnologías, los nuevos modos de vida o los pseudocuentos dulcificados de Disney. Aquí muestro tres, de una colección de unos cuarenta, que he conseguido recopilar en los últimos meses. Aprovecho para hacer un llamamiento a los seguidores del blog, y si conocen más cuentos de esos que no están escritos en los libros y que nos contaban cuando eramos pequeños, que se pongan en contacto conmigo para que podamos transcribirlos y colgarlos aquí. Espero que os gusten.


LOS CABRITILLOS Y EL LOBO

Pues nenico, había una vez una cabra que tenía tres cabritillos. Un día Cabra tuvo que salir del casucho donde vivían en busca de comida y les dijo a sus hijitos:
- Choticos míos, no le abráis la puerta a nadie que no sea yo. El lobo anda cerca y os puede comer.
Saliendo la mamá cabra, el lobo la vio, y no tardó en ir hacia la puerta del casucho con idea de comerse a los choticos.
- ¡Pum-pum-pum! –aporreó la puerta el lobo.
- ¡Abridme! –les gritó.
Y los cabritillos le dijeron:
- Nuestra mamá nos ha dicho que sólo le abramos la puerta a ella.
Al poco volvió Lobo a llamar, con idea de engañar a los indefensos choticos, y les dijo con la voz ronca que le caracterizaba:
- Soy vuestra mamá, y traigo las teticas llenas para daros de mamar.
- ¡Es mamá!, ¡es mamá!, ya ha vuelto –gritaban contentos los cabritillos.
Pero de los tres cabritillos, había uno que era más pequeñito que sus hermanos, pero también más pillo y espabilado que ellos, y les susurró:
- No abráis la puerta, que esa no es mamá. Mamá tiene una voz dulce, y esa voz es ronca.
- Tú no eres mamá. Nuestra mamá tiene una voz fina y delicada, no como la tuya –respondieron los cabritillos.
Entonces el lobo marchó a un gallinero cercano y se comió todos los huevos que había, para así tener una voz más suave. Regresó al casucho y esta vez con dulce voz les volvió a decir:
- Soy vuestra mamá, y traigo las teticas llenas para daros de mamar.
- ¡Es mamá!, ¡es mamá!, ya ha vuelto –gritaban contentos los cabritillos.
Pero el pequeño, no fiándose, le pidió que enseñara la pata por debajo de la puerta. El lobo así lo hizo, y los choticos al ver la negra pata dijeron asustados:
- Tú no eres mamá. Nuestra mamá tiene la patita blanca como la nieve, no como la tuya.
Una vez más marchó Lobo, y esta vez fue al molino, donde se embadurnó entero de harina, para así ser del mismo color que Cabra. Regresó al casucho y les volvió a decir, al tiempo que asomaba la pata bajo la puerta:
- Soy vuestra mamá, y traigo las teticas llenas para daros de mamar.
- ¡Es mamá!, ¡es mamá!, ya ha vuelto –volvieron a gritar los inocentes cabritillos, y abrieron la puerta.
El pequeño, desconfiando, se escondió rápidamente dentro de la caja de un reloj. En un remolino, Lobo abrió su gran boca y engulló a los dos choticos mayores. Con la panza llena a reventar se fue a dormir la siesta bajo un árbol que había junto al río.
Al llegar Cabra y encontrar la puerta abierta y todo revuelto empezó a llorar y a llamar a sus cabritillos. Entonces del reloj salió el chiquitín, que aún estaba allí escondido, le contó lo que había sucedido y salieron en busca de Lobo. Por el camino se encontraron con un cazador al que le dijeron lo que había pasado y éste se ofreció a ayudarles. Al poco encontraron a Lobo, que dormía plácidamente; el cazador sacó un cuchillo, le rajó la barriga y al momento ya estaban los dos choticos dando saltitos junto a su madre y su hermanito pequeño. Después el cazador llenó la tripa de Lobo con piedras y le cosió la barriga. Al rato, Lobo se despertó con una sed terrible, se aproximó a la orilla del río y al agacharse para beber, las piedras se le fueron hacia delante y lo arrastraron hasta el fondo del río, donde murió ahogado.
Y colorín colorado este cuento ha terminado.

EL DEL BURRO

Pues nenico, había una vez un hombre que tenía una reata de seis burros. El pobre arriero, que no era muy espabilado, se dirigía un día con sus burros hacia la ciudad. Para no aburrirse durante el largo camino siempre iba canturrujeando y murmurando entre dientes:
“Un cojo se cayó a un pozo,
y otro cojo lo sacaba
y el otro cojo decía:
¡Arriba Pata Galana!
¡Arriba Pata Galana!”
A mitad de camino echó en falta uno de los animales y empezó a contarlos insistentemente.
- Uno, dos, tres, cuatro, cinco –repetía una y otra vez el pobre despistado.
- ¿Dónde me habré dejado el burro?, ¡me cago en la madre que parió a Panete! –se preguntaba y maldecía constantemente el arriero.
Al rato se cruzó por el camino con un conocido que le preguntó:
- ¿Qué vas contando?, ¿qué te pasa que llevas ese trajín?
- Pos mira lo que me ha pasado: yo he salido de la cuadra esta mañana con seis bestias, y ahora las he contado ya por lo menos doscientas veces y sólo hay cinco, y no consigo recordar donde puñetas me he podido dejar el que me falta –respondió desesperado el pobre inocente.
Riéndose a carcajadas le respondió el vecino:
- ¿Ha contado usted el burro sobre el que va montado?
Ahora sí salían las cuentas: eran cinco más uno sobre el que él iba subido.
Y con el arriero ya contento, aquí acaba el cuento.

EL TONTO QUE FUE A MISA

Pues nenico, esta es la historia de una madre y un hijo que vivían solos en el monte. El hijo se llamaba Jesús, y aunque ya estaba hecho un zagalón, nunca había bajado al pueblo. Un día la madre lo mandó a que fuera a comprar patatas. Él le dijo que en un sitio tan grande y con tanta gente, no sabría cómo encontrar el sitio donde las vendían. Entonces la madre le dijo que las patatas se vendían en las tiendas y que conocería el sitio porque vería que mucha gente entraba en ellas.
Se fue el pobre inocentón al pueblo y cuando llegó vio que la gente entraba en una casa grande, que resultó ser la iglesia, y se metió detrás. Empezó el sermón y el allí callado, mirando y escuchando, y al rato, preguntó el padre cura:
- ¿Vosotros sabéis a qué vino Jesús al mundo?
A lo que respondió el pobre muchacho, sin picardía alguna:
- ¡A comprar patatas!
Y se acabó el cuento.